Hoy en día, con frecuencia se ocultan y minimizan los procesos necesarios en la vida, proponiéndonos un modelo basado en la inmediatez y el éxito como patrones a seguir. En este esquema, el fracaso y las dificultades no tienen cabida, y la felicidad se confunde con un estilo de vida lleno de logros y triunfos. Esta realidad ilusoria nos atrapa, generando frustraciones y una falta de tolerancia que hace perder el sentido de la vida.
Se nos exige ser eficientes, productivos, saludables, inteligentes, atractivos y adinerados. Si no alcanzamos alguna de estas expectativas, se nos ofrecen, a buen precio, seguros, préstamos, cosméticos, tratamientos estéticos, operaciones y un sinfín de productos que ocultan lo real y buscan suplir cualquier carencia que percibamos.
Frente a estas exigencias, los fracasos, las debilidades y las heridas deben ser ocultadas y vivir como si no existieran. Nos hemos formado en una cultura en la que “todo tiene que ir bien” y no sabemos cómo manejar nuestras debilidades, heridas, fracasos y carencias. Parece que debemos esconderlos de los demás y de nosotros mismos, lo que conlleva un esfuerzo inmenso que nos agota y resulta poco útil. Así, sentimos un vacío existencial que nos inunda, mientras las heridas, debilidades, fracasos y carencias permanecen, esperando pacientemente hasta que tengamos el tiempo y la valentía para enfrentarlos.
Cuando reconocemos que hemos perdido de vista el objetivo de nuestra vida y nos hacemos preguntas como: ¿Quién soy? ¿A qué estoy llamado? ¿Hacia dónde me dirijo?, es el momento de reflexionar. Víktor Frankl decía: “La vida nos interroga y yo le respondo.” Cada uno de nosotros es libre de elegir cómo responder y qué actitud tomar frente a cada dificultad y fracaso, dándole sentido y considerándolo como una oportunidad de aprendizaje.
Magaly Becerra
Facilitadora en Logoterapia y Análisis existencial
Profesora, Lic. en Educación
Magister en Educación y Ciencias de la Familia.